Huertos Terapéuticos
La horticultura ha sido definida como todo aquello vinculado al cultivo de hortalizas con fines alimentarios, implicando en la diversidad de sus dimensiones y complejidades un sistema cultural completo que se define siempre desde las dinámicas del huerto, y más abiertamente, de nuestro Planeta Tierra.
El marco de acción es concreto: cultivar. Una forma particular de mirar la realidad y de relacionarnos con todo lo vivo a nuestro alrededor. Una de las primeras cosas que se aprende en el huerto es que las plantas reflejan la energía que perciben del exterior, y dependen de ella para poder vivir, no sólo si les cantamos o somos amables, sino de cómo fueron germinadas, qué relaciones humanas se dieron a su alrededor, cuánta energía de trabajo se les dedicó, cuánta agua etc. Y es precisamente su permeabilidad, la gran sensibilidad que las hortalizas muestran ante cualquier influencia externa lo que las hace una herramienta terapéutica muy poderosa. El huerto es un micro cosmos demarcado por las fronteras de nuestras camas de cultivo, y por lo mismo es un potente espejo de nuestro mundo interno, de nuestra emocionalidad, de nuestra energía vital y también de nuestras herramientas para la vida.
Una mirada desde la Psicología Clínica
Todos estos pensamientos y conceptos nuevos llegaron a mí cuando trataba de diseñar una propuesta de taller para realizar acercamientos clínicos en pacientes de perfiles clínicos muy difíciles, habitualmente considerados “intratables clínicamente” por la agresividad de su trato, y por su nula cooperación con propuestas de terapia formal; jóvenes marcados por el abandono y la negligencia infantil que crecieron en entornos violentos, que actualmente presentan consumo problemático de drogas y/o alcohol y se encuentran cumpliendo sentencias judiciales. Clínicamente presentan un desarrollo afectivo muy primitivo, y una gran necesidad de afecto, de ser vistos y considerados, y amados, aunque no saben cómo pedirlo ni saben cómo expresarlo. En ocasiones pude comprender que la violencia que algunos de ellos presentaban con sus parejas y familias no era más que una llamada de auxilio destinada a no pasar desapercibida, a decir “estoy aquí” a tirones de pelo o golpes.
Quería llegar a ellos terapéuticamente, pero el espacio clínico de sillón no dio resultados, y entonces surgió la idea de construir un espacio metafórico donde los jóvenes pudiesen proyectar sus historias de vida sin sentirse amenazados ni demasiado invadidos. Como parte de su proceso de reinserción social era muy importante poder intentar reeducarlos afectivamente, mostrarles a través del afecto que se puede ser sensible y delicado con otros seres humanos, o incluso que existen realidades afectivas distintas a las suyas e igualmente valiosas.
¿Qué tiene de terapéutico? Vuelve a traer, vuelven a presentarse ante la parte consciente aspectos relegados y olvidados del desarrollo, y en ese sentido facilita la integración global de la persona como un todo.
Inicialmente cada joven escogió una hortaliza que quedaría bajo sus cuidados, desde la semilla, al almácigo, a la planta y al fruto. Las decisiones y acuerdos se toman en círculos guiados por un terapeuta, antes y después de trabajar físicamente en huerto. La interdependencia, el respeto por la diferencia, el trabajo en equipo y el desarrollo de la sensibilidad -tanto como herramienta para relacionarse en la vida y también como capacidad de experienciar- son temáticas, metáforas que pueden desprenderse y construirse en los círculos previos y posteriores al trabajo. El eje principal es la conexión que los propios jóvenes, o quienes participen en el taller, puedan establecer con las metáforas que se construyan, por tanto es una construcción necesariamente colectiva y cada grupo realiza las propias de acuerdo a sus realidades sociales, personalidades, etc.
Por ejemplo, en el taller que se realizó con el perfil de jóvenes descrito fue muy relevante la etapa de los primeros cuidados de los almácigos hasta llegar al trasplante, en los círculos de palabra los jóvenes pudieron hacer nexos claros entre el almácigo escogido por ellos para criar, y su propia historia de crianza-abandono, y esta nueva oportunidad, esta vuelta a la consciencia trajo consigo la una nueva posibilidad de aprender y transformar su propia experiencia: desde crianza-abandono (en la vida real) a crianza-fruto-alimento para todos (en la realidad del taller).
Resulta muy interesante entonces pensar en la horticultura terapéutica para grupos diversos, por ejemplo niños en etapa escolar o bien adultos mayores, desplegando y construyendo metáforas de acuerdo a sus procesos, y finalmente permitiendo que sea la Tierra quien nos cuente nuestra propia historia de una manera amorosa, acogedora y reveladora, y sobre todo, adecuada a las posibilidades de comprensión e insight de cada persona, resultado una herramienta segura para las personas y fácil de guiar: requiere atender el proceso de los participantes, favorecerlo e invitarlos gradualmente a mirar cosas sencillas y participar de la construcción colectiva de un proceso hortícola completo a modo de guía.
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